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Índice de capítulos

  1. Regreso al Valle
  2. Victoria atormentada 
  3. Los dos hermanos
  4. Nuevas Cortes
  5. Cuarenta días presidente
  6. Tertulia en el café Castilla
  7. Rebelión contra la República
  8. Anarquía revolucionaria
  9. Obligaciones «subalternas»
  10. Cambio de bando
  11. Encuentro en la V Brigada
  12. Noche inacabada

Fragmentos


I- REGRESO AL VALLE
—Hará un frío como para pelar los huesos. Igual que entonces. Ni una nube cuando salimos de Madrid, bajo las estrellas; ni una nube cuando llegamos allí. El cielo de un azul tan terso que cortaba las mejillas. Las horas se hacían interminables. Nosotros tuvimos suerte porque el autocar pinchó una rueda y llegamos ya de mañana. Pero la mayoría estaban formados desde madruga en la explanada. Poco nos importaba. Éramos jovenzuelos, íbamos en pantalones cortos y sólo estábamos pendientes de que reapareciera Franco. En el interior de la basílica había un funeral para la Vieja Guardia, los jefazos del Régimen y de los tres Ejércitos. Mientras tanto, todos los demás, desde los familiares de los caídos que tuvieron arrestos para estar presentes, a los carlistas, los del Frente de Juventudes y la Falange, esperábamos fuera a que finalizara la misa de campaña. Dijeron que hubo ocho mil alféreces provisionales, cuarentones entonces, que sirvieron de guardia de corps al caudillo. No tengo ni idea de donde los sacarían. Tu abuelo repetía frecuentemente un dicho de la guerra: «alférez provisional; muerto definitivo». Alguno se habría salvado, pero ocho mil son muchos, se mire por donde se mire. ¿Quién sabe? La explanada central estaba llena a rebosar. —La carretera de La Coruña —prosiguió el mayor de los dos hombres— poco tenía que ver con esta autopista. Fíjate…

II- VICTORIA ATORMENTADA
Martínez Barrio subió al automóvil que le esperaba a la puerta de su casa. El cansancio de la campaña electoral no parecía haber mellado su ánimo. Acababa de regresar de pasar unos días en Sevilla, su ciudad natal, la ciudad donde había vivido toda su vida hasta que la instauración de la República le trajo a Madrid, y eso siempre le reconfortaba. También le reconfortaba el triunfo obtenido en las elecciones del domingo. Era persona de temperamento optimista y estaba persuadido de que así sucedería. No se había permitido la duda ni por un instante. Pero, aunque durante la campaña hubiese declarado que «el triunfo de las izquierdas será rotundo y sin posibilidad de escamoteo», ni mucho menos, lo daba por conseguido. Por ese triunfo llevaba trabajando desde marzo de 1934 cuando, con todo dolor de su corazón, se distanció del Partido Radical, el partido en el que había militado desde los veintidós años y que le había encumbrado a los más altos cargos de la nación. Se desgajó de él por «fidelidad al pasado», para preservar sus ideas frente a un partido que había «perdido su fisionomía política y gobernaba con ideas prestadas». Hasta entonces había optado por ceder ante notables desavenencias, pero no estuvo dispuesto a asumir que Lerroux prefiriera apoyar su Gobierno en Acción Popular, una agrupación que, según él, no había prestado «público y leal acatamiento» a la República, antes que

III- LOS DOS HERMANOS
Lucas había ido a visitar a su hermano mayor. Se veían con frecuencia; nunca dejaban pasar un par de semanas sin hacerlo. Ambos eran médicos y, aparte de profesarse un enorme cariño, les gustaba examinar juntos sus casos más singulares: sus sesiones clínicas familiares, como decían ellos. Miguel, estaba en la cincuentena. En su juventud, nada más acabada la carrera, había sido médico de la Marina. Lo que al principio fuera una salida profesional en tiempos difíciles, lejana para un joven nacido en Segovia, acabó siendo una vocación que siempre permaneció con él. Había conocido a su mujer en uno de sus viajes a las islas y el matrimonio pronto se convenció de que los largos períodos de separación que exigía el servicio resultaban un sacrificio demasiado costoso tanto para ellos como para una familia que comenzaba a crecer. Finalmente, optaron por establecerse en Madrid, el lugar donde les pareció más fácil salir adelante. De eso hacía una quincena de años. La consulta de Miguel había prosperado. Aunque siempre estaba llena, jamás dejaba un paciente sin la debida atención. Si añadía las visitas domiciliarias, que no escatimaba, y el sanatorio de Santa Alicia, eran pocas las horas que le quedaban libres. Aun así, reservaba un hueco para acercarse hasta el Hospital Provincial a fin de seguir la evolución de sus pacientes ingresados y

IV- NUEVAS CORTES
El antiguo conde de Romanones, monárquico e independiente, calificó la Junta preparatoria de las Cortes como anormal. En los cincuenta años ininterrumpidos que se sentaba en su escaño jamás había visto una asistencia tan numerosa —más de trescientos diputados—en un acto que, al fin y al cabo, tenía como único objeto constituir la mesa de edad encargada de convocar la sesión constitutiva de la Cámara. La expectación entre los partidos era, pues, grande y el final no hizo sino acrecentarla. Según Osorio y Taffal, joven diputado de Izquierda Republicana, el partido de Azaña, se había convertido en práctica concluir las sesiones preparatorias dando un «¡viva a la República!». Así se lo recordó a Carranza, presidente de la reunión en virtud de la antigüedad de su nacimiento. Pero el viejo almirante, antiguo marqués de Villa Pesadilla, miembro de Renovación Española —el partido de Calvo Sotelo, abiertamente combativo con el modelo de Estado—, esgrimió como razón suficiente para negarse a hacerlo la de «no darle la gana». Lo dijo con voz bien clara y volvió a repetirlo. La contestación que obtuvo fue inmediata. «De manera unánime, republicanos, socialistas y comunistas se pusieron en pie y dieron clamorosos vivas a España y a la República». Como el marqués no mostraba señal alguna de moverse del estrado presidencial, Dimas Madariaga, diputado de la Ceda, muerto en los primeros

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